La causa principal es la falta de hidratación en la fibra capilar: cuando el cabello está seco o dañado, busca humedad en el ambiente y se expande de manera desigual. La buena noticia es que hay hábitos sencillos que ayudan a mantenerlo bajo control.

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Primero, la hidratación es clave. Usar champús y acondicionadores sin sulfatos, ricos en aceites naturales como argán, coco o jojoba, aporta nutrición profunda y sella la cutícula. Según la American Academy of Dermatology, el uso regular de acondicionadores disminuye la electricidad estática y el encrespamiento. Además, aplicar mascarillas nutritivas una vez por semana mejora la elasticidad y da brillo.
Otro hábito importante es secar el cabello con suavidad: envolverlo en una toalla de microfibra o en una camiseta de algodón, reduce la fricción. El calor excesivo también es enemigo del cabello: la Mayo Clinic recomienda limitar el uso de planchas y secadores o, al menos, aplicar protectores térmicos para evitar daños mayores.
El cepillado también cuenta: los peines de cerdas anchas o los cepillos de fibras naturales ayudan a distribuir los aceites del cuero cabelludo sin romper el cabello. Y un último tip “de oro”: terminar el enjuague con agua fría para sellar la cutícula y prevenir el frizz.
Con constancia y cuidado, el cabello deja de parecer una nube indomable y se convierte en una melena suave, manejable y luminosa.