No se trata de una historia ficticia de Halloween, al contrario, la historia es muy real y aterra a cualquiera que la conozca.
Muchos padres o abuelos dicen que el tiempo de antes era sano, no como el de ahora. Sin embargo, la delincuencia, tanto en el país como a nivel mundial siempre ha existido.
Lo que sucede es que no había los medios tecnológicos, ni las herramientas necesarias para informar sobre los hechos delictivos como en la actualidad.
Y una de las historias más aterradoras que ha conmocionado a los guatemaltecos, es la de José María Miculax, un hombre de 21 años que aterreró a la población guatemalteca en los años 40s durante el Gobierno de Juan José Arévalo Bermejo.
Para esa época, las mamás les decían a sus hijos: “Si te portas mal, Miculax te va llevar”.
Y era tan cierto, para esos años, Miculax, originario de Patzicía, Chimaltenango, era un hombre transtornado que disfrutaba de tener sexo con niños menores y jóvenes. Los amarraba con las manos hacia atrás, le ataba un lazo al cuello y mientras los ahorcaba, también abusaba de ellos.
pero los “trabajitos”, como él les llamaba, no solía hacerlo solo. Su cómplice era su primo Mariano Maculax.
Era el viernes 22 de febrero de 1946, Enrique, quien vivía en San Pedro Sacatepéquez, había llegado a la ciudad capital para vender leña. Mientras caminaba por la finca El Naranjo junto a sus dos mulas, Enrique no se imaginaba que ese día conocería el final de su vida a manos de los primos Miculax y se convertiría en una víctima más de un listado de más de 15 menores que fueron ultrajados por los violadores.
El joven vendedor vestía una camiseta hecha de manta color rosa, un saco celeste y un sombrero de palma. El día siguiente, el sábado 23 de febrero, se encontró el cadáver de Enrique. No tenía puesto el pantalón, lo encontraron “hincado sobre la arena con el frente pegado a la peña de oriente a poniente, con ambos brazos bien amarrados al cuerpo con varias vueltas dadas con un cablecito, otro al cuello bien ceñido, colgado del arbolito”, relata el expediente del juzgado cuarto de primera instancia penal, transcrito por la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos de Centroamérica (AFEHC).
“En el pecho presentaba magulladuras amoratados como si le hubiese pasado algún vehículo encima, las piernas las tenía moradas. Se deduce que el sujeto no murió ahorcado (…) En el pecho se veía una lesión y golpes equimóticos (sangrosos) los mismo que en la faz y las rodillas” describe el archivo.
De puerta en puerta, de boca en boca, el asesinato de Enrique causó conmoción en una sociedad que apenas comenzaba a poblar la capital. Tres meses después, las autoridades capturaron a José María y él confesó los crímenes e indicó dónde estaban algunos cuerpos. Y así lo cuenta el archivo, que resalta la frescura e impavidez del asesino para relatar lo sucedido en presencia de los restos de las víctimas.
“Dijo que con Mariano iban con el objeto de ´ver que conseguían´. Se encontraron con un menor que traía dos mulas, cargadas con leña, al poco caminar dispusieron regresar, porque su hermano (primo) le dijo ´hay algo por allá abajo´”, y continúa “Mariano le dijo que se trajera las bestias, él se fue con el patojo llevándoselo para el puente, desde luego estando ambos de acuerdo en cometer sus fechorías pues él que habla ya sabía a qué llevaba su hermano (primo) al menor; que por la garita de las Majadas, lo alcanzó su hermano y le dijo “no tengás pena, porque se quedó medio muerto” y acto seguido continuaron su camino a la capital. Vendieron la leña y dejaron las bestias amarradas”.
Según el criminalista Ricardo Mendoza, el modus operandi regular de los primos Miculax era encontrar a los menores cerca de barrancos. Los convencían de acompañarlos para mostrarles conejos y cuando los niños se agachaban, los dominaban con fuerza, los ahorcaban con lazos o cables, les quitaban el pantalón y los violaban.
“Su satisfacción llegaba cuando al ahorcar a los menores, sus esfínteres se cerraban y así se permitía más placer para llegar al orgasmo y eyacular”, cuenta Mendoza.
Todas las víctimas, que se dividen entre muertos y sobrevivientes, son hombres. Durante la declaración del asesinato de Guillermo Rolando Castillo, Miculax afirmó “le gustan los patojos porque no ha probado mujer”, según la trascripción de la AFEHC.
El sadismo de Miculax se retrata en sus confesiones con expresiones muy claras y honestas sobre los crímenes. Al resaltar el juzgado la impavidez del acusado se demuestra que el asesino no mostraba ningún arrepentimiento por sus acciones, relataba las violaciones como si se tratara de la cotidianeidad de cualquier persona.
Además, en las descripciones de los asesinatos, Miculax hace notar que para ellos era una tarea que apreciaban como normal. Cometían el delito y continuaban con su día, a veces seguían su camino, otras se iban de fiesta. Era su rutina.
“Iba con el hermano (primo) por el Mercado Colón encontraron a un menor “altito” en Colonia Abril, descalzo y con un hermano; el hermano (primo) le dijo que fueran a traer carbón. (…) Al rato llegó y dijo ´ya estuvo, lo maté. Vámonos a la mierda´”, se lee en la confesión del asesinato de César Augusto Bolfovich, de 13 años.
El rastro sangriento de Miculax por distintos caminos de Guatemala, Mixco, Santa Catarina Pinula, Antigua Guatemala y San Pedro Sacatepéquez, despertó en la sociedad una alerta que continuó en zozobra. Los gritos de indignación llegaron hasta la Casa Presidencial, en donde el presidente Juan José Arévalo recibió todo tipo de quejas por su falta de mano dura con la delincuencia. El aparecimiento de niños estrangulados en los barrancos del área metropolitana no cesaba y se convertía en una crisis aguda para el mandatario.
Como si se tratara de una película de terror, el caso Miculax presenta detalles macabros alrededor de la muerte de los niños. Cuenta Mendoza que el aumento de cadáveres hacía pensar a los ciudadanos que la instrucción de los asesinatos masivos provenía de Casa Presidencial.
Los rumores de las vecindades apuntaban que a raíz del accidente automovilístico del Presidente el 16 de diciembre de 1945 junto a unas bailarinas rusas, su espalda había quedado dañada. Por esta razón, la gente aseguraba que Arévalo mandaba a matar a los niños para quitarles el líquido cefalorraquídeo, que protege la columna y el cerebro de lesiones, para inyectárselo él y seguir sano.
La zozobra y la presión de la sociedad para que el Presidente pusiera fin a los asesinatos, generaron que Arévalo promulgara el decreto 235 que abreviaba los procesos judiciales. Esto con el fin de que, al ser capturado el responsable, se tramitara rápidamente el juicio, se probara su culpabilidad y se le condenara en un período breve. A este decreto presidencial se le llamó la Ley Miculax.
Miculax fue capturado el 26 de abril de 1946, tres meses después del primer hallazgo de sus crímenes, el cadáver de Enrique. La aprehensión se logró gracias al retrato hablado de una anciana que lo identificó cerca de un barranco en compañía de un niño el día anterior.
El pequeño violador confesó las violaciones y los asesinatos, aunque trató de que inculpar mayormente a su primo Mariano. Incluso, al saber que el juzgado había determinado que él enfrentaría la pena capital y Mariano treinta años de prisión, trató de vincularlo con la muerte de una anciana a quien llamaban “la viejita del cigarro”.
Según Mendoza, Margarita Valencia tenía 63 años. le apodaban así porque fumaba mucho. Miculax trató de que a su primo lo responsabilizaran de la muerte de la señora, pero se determinó que fue por una caída severa que quedó sin vida.
Antes de que Miculax fuera sentenciado, la sociedad de Antigua Guatemala se organizó para enviarle una carta a Arévalo para presionarlo a que se decretara la pena capital contra el acusado.
Y así fue como el 17 de julio, Miculax fue trasladado desde la penitenciaría (ahora la Torre de Tribunales) hacia el Cementerio General. Su última caminata fue por la 19 calle de la zona 1, custodiado por los guardias y acompañado por la gente que fue espectadora del final del asesino.
Es así como luego del fusilamiento, a Miculax lo decapitaron para que el doctor Carlos Federico Mora estudiara su cabeza, pues, en esa época existían fuertes teorías sobre los rasgos y las medidas del cerebro y de las partes del cráneo que favorecían el comportamiento psicópata de las personas.
En su informe al juzgado, el Dr. Mora determinó: “Son actos carentes de todo sentido moral, de tal manera antisocial que solamente pueden concluirse como frutos de un cerebro enfermo, como manifestaciones de una personalidad, psíquica morbosa”.
Aunque la cabeza permanecía en el Paraninfo Universitario, donde se encontraba la facultad de Medicina, de la Universidad de San Carlos, algunas personas afirman que luego pasó a los edificios del Campus Central en la zona 12 y de ahí fue llevada al Centro Universitario Metropolitano, donde actualmente funciona la facultad. Sin embargo, no hay registros de que eso haya sucedido. Se cree que la cabeza fue extraviada o robada del Paraninfo.
Además, nunca se supo dónde fue enterrado el cuerpo sin cabeza de Miculax. El gobierno de la época determinó que no se registraría el nombre del asesino en la lápida para que no fuera reconocido por personas que quisieran hacer rituales oscuros o sacar el cadáver.