El fenómeno del anime y la cultura otaku ha alcanzado una nueva dimensión de globalización, impulsado de manera significativa por el éxito masivo de la franquicia Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba y sus producciones cinematográficas. Lo que alguna vez fue considerado un nicho de entretenimiento, ha trascendido fronteras y se ha consolidado como una fuerza económica y cultural a nivel mundial. Este auge se evidencia en la recaudación histórica lograda por sus películas, un claro indicador de su impacto global.
El filme Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba – El tren infinito (Mugen Train), estrenado en 2020, marcó un hito sin precedentes al convertirse en la película japonesa más taquillera de la historia a nivel global, superando los $500 millones de dólares en ingresos, a pesar de las restricciones impuestas por la pandemia de COVID-19. Este récord fue un punto de inflexión, demostrando el enorme poder de convocatoria del anime fuera de Japón.
La posterior entrega, Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba – Castillo Infinito, ha reafirmado esta tendencia, superando incluso las cifras de su predecesora. Reportes indican que la película ha superado los $600 millones de dólares en taquilla global, posicionándose como la película de anime más taquillera de la historia y una de las más exitosas de 2025 en general. Este logro se sustenta en el arrollador desempeño en mercados clave como Estados Unidos, México, Alemania, Francia e India, donde ha roto récords históricos para las películas animadas japonesas.
Más allá de los impresionantes números, el éxito de Demon Slayer simboliza la maduración del anime como un género cinematográfico capaz de competir directamente con las grandes producciones de Hollywood. El impacto no se limita a las salas de cine; ha permeado la cultura popular, influyendo en la moda, el merchandising y atrayendo a audiencias masivas, incluyendo familias completas y personas que antes no se identificaban con la cultura otaku.
El mercado mundial del anime, que se estimó en $31.87 mil millones de dólares en 2024, proyecta un crecimiento constante en los próximos años. Franquicias como Demon Slayer, con su animación deslumbrante, narrativa emocional y personajes bien desarrollados, son las embajadoras de esta expansión, redefiniendo la percepción del anime en el siglo XXI y demostrando que su legado cultural ha trascendido generaciones y geografías.