La historia del cine está llena de ironías, y una de las más notables es la de una película que, con un presupuesto cercano a los 30 millones de dólares, se estrelló estrepitosamente en taquilla en su estreno y, sin embargo, se transformó con el tiempo en una de las obras de ciencia ficción más influyentes y aclamadas: Blade Runner (1982). Protagonizada por un entonces muy cotizado Harrison Ford y dirigida por Ridley Scott, la producción fue un campo de batalla de conflictos creativos y tensiones que culminaron en un recibimiento inicial desolador.
Estrenada en junio de 1982, la película se enfrentó a una competencia feroz en la cartelera, principalmente de E.T., el Extraterrestre de Steven Spielberg, que ofrecía un mensaje opuesto: esperanza frente a la oscuridad y pesimismo futurista de la cinta de Scott. Con una recaudación inicial en Estados Unidos de tan solo seis millones de dólares en su primera semana, la cifra final global de aproximadamente 41 millones de dólares (contando reestrenos posteriores) la marcó como un fracaso comercial para los estándares de Hollywood de la época.
El rodaje fue notoriamente difícil. Harrison Ford, en la cúspide de su fama por Star Wars e Indiana Jones, tuvo una experiencia “miserable” y no ocultó su desconfianza hacia el proyecto y los constantes cambios. Ford manifestó su desagrado, especialmente con la inclusión forzada de una voz en off narrativa por parte de los productores, la cual consideró de mala calidad y ajena a la intención del director. En un clima de noches interminables de rodaje bajo la lluvia y constantes disputas creativas, el actor llegó a afirmar que se sintió “obligado a trabajar para estos payasos” y que la experiencia fue una “pesadilla”. Las tensiones y los choques entre el equipo británico de Ridley Scott y el equipo técnico estadounidense fueron constantes, creando un ambiente de hostilidad que trascendió la pantalla.
No obstante, fue el formato doméstico, alejado de las presiones comerciales, el que permitió al público y a la crítica redescubrir la visión distópica y filosófica de Blade Runner. La película, con el tiempo y sus diferentes montajes (incluyendo el aclamado Director’s Cut de 1992 y The Final Cut de 2007), se alzó como un clásico de culto, demostrando que el fracaso inicial puede ser la semilla de la inmortalidad cinematográfica.