El largometraje muestra que cuando el hombre desaparece, “los animales surgen para recrear un campo de batalla con herbívoros que se retan o con águilas que planean sobre inmensos campos de encinas”.
Tras dos años de intenso rodaje y más de 30 especies de fauna salvaje grabadas con un minucioso sonido de naturaleza, el cineasta Joaquín Gutiérrez Acha radiografía en su última película el “alma” de la dehesa, un bosque único en Europa en el que se esconden muchos dramas que contar.
El largometraje “Dehesa, el bosque del lince ibérico”, que se estrenará en los cines el 9 de octubre, muestra la “cara oculta” de este peculiar bosque, aparentemente vacío, en el que, cuando el hombre desaparece, -detalla el cineasta- “los animales surgen para recrear un campo de batalla con herbívoros que se retan o con águilas que planean sobre inmensos campos de encinas”.
Gutiérrez Acha (1959), uno de los grandes documentalistas de España, que ha dirigido para la BBC y National Geographic, señala que el film es el colofón a la trilogía, que comenzó años atrás, con los títulos “Guadalquivir” (2013) y “Cantábrico” (2016), y con la que culmina su deseo de mostrar la naturaleza y, en especial, la dehesa, la gran desconocida.
Cigüeñas negras, buitres negros, águilas imperiales, mantis, escarabajos, rana y así hasta más de tres decenas de especies forman el elenco de actores, en el que cada uno cuenta su “propia historia”, aunque ceden el protagonismo absoluto al lince ibérico, un felino al que el director colma de halagos.
“Majestuoso, elegante, señorial y muy seguro de sí mismo”, algo así como la joya Ibérica de la península, retrata Gutiérrez Acha.
En este punto, el director revive con especial emoción unas imágenes cargadas de “fuerza y realismo” en las que las cámaras captaron -en territorio de lince- la trifulca entre dos hembras acompañadas de sus respectivas crías.
La escena fue un “regalo que la naturaleza nos hizo, no la esperábamos”, continúa el cineasta, quien recalca que las imágenes -muy difíciles de conseguir- fueron “fruto de la suerte, de las largas esperas y sobre todo de la paciencia” de todo el equipo.
La localización de los paisajes se realizó en dehesas de Extremadura, Andalucía, ambas Castillas y Portugal, y en ellas el equipo de rodaje contó con sofisticados aparatos y técnicas que permitieron grabar impactantes secuencias, como la floración de las peonías, una de las flores más bellas de la dehesa.
Otras tomas espectaculares muestran el vuelo de casi medio millón de estorninos, “una escena cargada de hipnotismo”, -en palabras del cineasta- por los movimientos de las aves en las que los sonidos, del naturalista Carlos de Hita, quien también escribe los textos, y la música de Victoria de la Vega, potenciaron la escena.
El film también ahonda en la “intimidad” del buitre leonado bañándose en grupo en lugares secretos, a un busardo ratonero cazando ranas a la orilla de una charca, la berrea de los ciervos, la saca del corcho o el vuelo de las grullas.
Sin embargo, no solo todo es vida en el bosque; el cineasta lamenta que los múltiples peligros que se ciernen sobre este bosque y destaca, de entre todos, “La Seca”, una enfermedad que, una vez que se apodera de una de las encinas y alcornoques, lo debilita hasta matarlo.
Aunque esta enfermedad es también la suma de múltiples factores, -temperaturas extremas, plagas, escasez lluvias, abandono del pastoreo, dejadez en la conservación de las fincas- Gutiérrez Acha destaca la presencia del hongo fitóftora (Phytophthora), cuya actuación provoca la putrefacción de las raíces, impidiendo la absorción del agua y las sales minerales del suelo.
Con el fin de esta trilogía, y que ha supuesto una puerta para que el público disfrute y valores el cine de naturaleza, Gutiérrez Acha aborda un futuro con la mirada puesta en las Islas Canarias, un territorio, a su juicio, “magnifico” tanto por sus fondos marinos como por volcanes y su tierra y al que está dispuesto a investigar.