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La limpieza facial es el primer paso y el más importante en cualquier rutina de cuidado de la piel. A lo largo del día, nuestra piel está expuesta a la contaminación, el polvo, el sebo y los residuos de maquillaje. Si no se eliminan adecuadamente, estos elementos pueden obstruir los poros, provocar brotes de acné, opacar el cutis y acelerar el envejecimiento prematuro. Un error común es pensar que con solo usar agua es suficiente, pero la realidad es que el agua no puede disolver completamente las impurezas a base de aceite, como el maquillaje y el sebo.

Para una limpieza eficaz, es recomendable seguir una rutina de doble limpieza, especialmente si utilizas maquillaje. El primer paso consiste en usar un limpiador a base de aceite o una leche limpiadora para disolver el maquillaje, el protector solar y otras impurezas. Después, se usa un limpiador a base de agua, como un gel o una espuma, para eliminar los residuos restantes y limpiar a profundidad los poros. Este método asegura que la piel quede completamente libre de impurezas.

El momento ideal para realizar la limpieza facial es por la mañana y por la noche. Por la mañana, ayuda a eliminar el sebo y las toxinas que la piel liberó durante la noche. Por la noche, es fundamental para retirar todo lo que se acumuló durante el día. La elección del limpiador también es crucial. Es importante seleccionar un producto adecuado para tu tipo de piel, ya sea seca, grasa, mixta o sensible. Los limpiadores suaves sin sulfatos son una excelente opción para evitar la irritación y la resequedad.
Un ritual de limpieza facial no solo beneficia a la piel, sino que también tiene un efecto relajante y ayuda a preparar la piel para los siguientes pasos de tu rutina, como la aplicación de suero, crema hidratante y protector solar. Incorporar este hábito en tu vida diaria te permitirá mantener una piel visiblemente más sana, fresca y radiante a largo plazo. No subestimes el poder de un rostro limpio.