La ciencia aún no ha identificado un solo “gen de la intuición”, pero cada vez hay más estudios que apuntan a que nuestras capacidades intuitivas podrían estar ligadas a factores genéticos y neurológicos heredados. Investigadores del University College London y del Karolinska Institutet en Suecia han encontrado patrones genéticos relacionados con la sensibilidad emocional, la detección de amenazas y la toma de decisiones rápidas.
Además, han estudiado cómo ciertas personas reaccionan más rápido y con mayor precisión ante amenazas inminentes, incluso sin tener pruebas concretas.
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¿Dónde actúa esta intuición en el cerebro?
La intuición no es magia: tiene base neurológica. La amígdala, una estructura cerebral que regula el miedo y la respuesta ante estímulos amenazantes, juega un papel clave. En personas con alta sensibilidad, esta zona se activa más rápido y con mayor intensidad ante estímulos sutiles. Esto explicaría por qué algunas personas pueden “sentir” el peligro antes de que ocurra.
Además, el sistema nervioso entérico, a menudo llamado “el segundo cerebro”, ubicado en el intestino, también participa. De ahí que muchas veces digamos que algo “nos dio mala espina” o “lo sentí en el estómago”.

Desde una perspectiva evolutiva
La intuición pudo haber sido clave para la supervivencia: detectar una amenaza antes de que se materialice, evitar a una persona peligrosa sin razón aparente o sentir cuándo escapar, pudieron marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Hoy, esa capacidad no ha desaparecido, pero suele estar silenciada por el exceso de estímulos modernos o por la desconfianza en nuestra percepción.
Aunque no se ha identificado un solo “gen de la intuición”, los científicos creen que un conjunto de genes podría estar detrás de esa capacidad casi sobrenatural de percibir el peligro. ¿Coincidencia, evolución… o algo más?