El francés Stéphane Breitwieser es una figura singular en el mundo del crimen, conocido por sustraer aproximadamente 230 obras de arte y objetos valiosos de más de 170 museos en Europa entre 1995 y 2001. A diferencia de otros ladrones, su motivación no era el lucro, sino una profunda y obsesiva pasión por el arte, principalmente de los siglos XVI y XVII. Él mismo se definió como un connoisseur que robaba para conformar su propia colección privada.
La técnica de Breitwieser se caracterizaba por su audacia: actuaba a plena luz del día en museos que él consideraba “menores” y sin utilizar la violencia. A menudo, operaba con la complicidad de su novia. Entre las piezas sustraídas se encontraban obras maestras de artistas como Pieter Brueghel el Joven y François Boucher, además de porcelana, armas e instrumentos musicales. Guardaba este vasto tesoro en la casa que compartía con su madre, Mireille Stengel, en la ciudad industrial de Mulhouse, Francia, re-enmarcando los lienzos y custodiándolos lejos del sol.
El arresto y la ira materna
La prolífica carrera delictiva de Breitwieser llegó a su fin en noviembre de 2001, cuando fue detenido en Suiza tras un intento de robo en el museo del compositor Richard Wagner en Lucerna, donde había vuelto dos días después de su primer hurto. Sin embargo, el destino final de gran parte de su colección fue un giro inesperado y trágico.
Cuando la noticia de su arresto se hizo pública, su madre, en un acto de desesperación y furia, procedió a destruir una parte considerable del valioso botín. Obras de gran valor fueron cortadas con tijeras, arrojadas al canal Ródano-Rin o tiradas a la basura. Un ejemplo notorio fue el lienzo Pastor dormido de François Boucher, que él guardaba bajo su almohada y ella arrojó a un contenedor. Esta destrucción significó la pérdida irrecuperable de piezas importantes del patrimonio artístico.
Breitwieser fue juzgado en Suiza y posteriormente en Francia. Su madre fue condenada a tres años de prisión por destrucción de patrimonio artístico, y su novia, a seis meses como cómplice. A pesar de su condena y del tiempo en prisión, la fascinación de Breitwieser por el robo de arte no cesó, siendo procesado en varias ocasiones posteriores por nuevos intentos de hurto en museos. El propio Breitwieser confesó al periodista Michael Finkel, autor del libro El ladrón de arte, que solo era bueno en una cosa: robar arte.

