Antonio habría cumplido 86 años este año. Nació en Malagón (Ciudad Real), España, y llevaba años jubilado. Su vida era tranquila y repetitiva: una visita al supermercado, una caminata rutinaria, y un café en solitario en el bar de siempre. Era discreto, casi invisible.
Tras una separación ocurrida hace más de tres décadas, comenzó a aislarse lentamente del mundo. Hasta que, un día, simplemente desapareció. Sin alarmas, sin despedidas.
Lo que hallaron los agentes fue inquietantemente normal: la puerta cerrada desde dentro, sin signos de violencia ni entradas forzadas. En el buzón, su nombre seguía visible en una etiqueta intacta. No había acumulación de correspondencia; los vecinos, sin saberlo, vaciaban ocasionalmente el buzón para evitar que alguien intentara ocupar ilegalmente la vivienda.
Lo más desconcertante fue la ausencia total de olores, algo difícil de explicar tras tanto tiempo.
—”Nunca notamos nada raro” —aseguraron algunos residentes.
—”Tal vez fue la ventana abierta lo que ventiló el lugar”, sugirió otro.
Antonio había dejado de estar… sin que nadie lo notara. Su desaparición no fue violenta ni escandalosa, sino silenciosa, como lo fue su vida en los últimos años. Una vida que se fue apagando hasta quedar en el olvido, indica el sitio MonteVideo.
