El miedo, en muchas ocasiones, no surge de lo que vemos, sino de lo que escuchamos. Un ruido inesperado puede transformar un espacio cotidiano en un escenario inquietante. La psicología del sonido ha demostrado que ciertos estímulos auditivos activan en nuestro cerebro respuestas de alerta primitivas, vinculadas a la supervivencia.
No es casualidad que el crujir de una puerta o el eco de pasos vacíos nos pongan la piel de gallina: son señales que, en un contexto de incertidumbre, interpretamos como posibles amenazas.

El investigador Trevor Cox, en su obra Sonic Wonderland (2014), explica que los ruidos extraños alteran la percepción del espacio, generando una atmósfera hostil incluso en lugares seguros. De forma similar, un estudio de la Universidad de Salford (2012) sugiere que sonidos agudos y repetitivos —como un goteo persistente— provocan incomodidad porque interrumpen el silencio esperado en un entorno de calma.
Estos ejemplos muestran que no siempre necesitamos ver un peligro para sentirlo: basta con escucharlo.
A continuación, se presenta un listado de los ruidos más comunes que provocan perturbación:
Ruidos comunes y perturbadores
• Pasos en un lugar vacío.
• Puertas que crujen lentamente al abrirse o cerrarse.
• Golpes secos en la pared o en el techo sin explicación.
• Susurros lejanos o apenas audibles.
• Respiración fuerte cerca, aunque nadie esté ahí.
• Cadenas arrastrándose en el suelo.
• Cristales quebrándose de repente.
• Risas infantiles en lugares donde no debería haber niños.
• Goteo constante de agua en la oscuridad.
• Uñas o garras rascando madera, metal o vidrio.
Ruidos ambientales
• Viento ululante entrando por rendijas.
• Animales (perros aullando, gatos bufando, cuervos graznando).
• Insectos zumbando muy cerca del oído.
• Radio o televisor que se enciende solo con estática.
• Ruidos metálicos como si algo se moviera en tuberías.

Ruidos humanos inquietantes
• Gritos apagados o lejanos.
• Llanto que parece venir de la nada.
• Voces distorsionadas como si fueran grabadas.
• Golpes rítmicos (como un “toc toc toc” repetido).
• Toser o carraspear en la oscuridad.
Lo inquietante de estos sonidos no es solo su origen incierto, sino el vacío que dejan tras desaparecer. La mente humana, incapaz de encontrar una explicación lógica, llena ese silencio con lo peor: la sospecha de una presencia invisible. Al final, los ruidos perturbadores nos recuerdan que la oscuridad no siempre necesita mostrar algo; a veces basta con dejarlo oír.