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Leyenda la sombra del higueral

En los tiempos oscuros de la Guatemala cabrerista, cuando el General Manuel Estrada Cabrera extendía su mano de hierro sobre cada rincón del país, no solo la miseria y el miedo se esparcían como una plaga. También, dentro de las paredes de su propia casa, se tejían hilos de tragedia que el pueblo susurraba, transformando la verdad en leyenda. Y la más triste de todas era la del Higueral de la Paranoia.

Se contaba que el Presidente, celoso y posesivo de su poder, no toleraba sombra alguna que eclipsara su figura, ni siquiera la de sus propios hijos. Diego Estrada, uno de sus vástagos, era un joven de espíritu libre, con una mente más inclinada a la poesía y a los ideales de libertad que al arte de la intriga política que su padre dominaba. Esto, para el Señor Presidente, era una afrenta intolerable, una semilla de rebeldía que debía ser extirpada.

Las discusiones entre padre e hijo eran cada vez más frecuentes y virulentas. No eran meros desacuerdos familiares; eran choques de mundos, donde la opresión del tirano ahogaba la esperanza del joven. Una tarde fatídica, se dice que la voz del General resonó por los pasillos de la residencia presidencial, cargada de furia. Las palabras, como espadas, volaron entre ellos: Estrada Cabrera le recriminaba a Diego su “debilidad”, su “falta de ambición”, su “peligrosa simpatía por las ideas revolucionarias”. Humillado y con el alma rota, Diego se retiró a los jardines.

Nadie sabe con certeza qué ocurrió en los momentos siguientes, pero la leyenda cuenta que Diego caminó hasta un viejo higueral que se alzaba majestuoso en un rincón apartado de la propiedad. Un árbol retorcido y silencioso, testigo mudo de innumerables amaneceres y atardeceres. Bajo sus ramas frondosas, el joven encontró un escape a la pesadilla que era vivir bajo la sombra de su padre.

Al día siguiente, la noticia corrió como un escalofrío: Diego Estrada había sido encontrado sin vida. La versión oficial habló de una enfermedad repentina, de un accidente fatal. Pero el pueblo, que conocía los métodos del Presidente y el tormento de su familia, susurró la verdad más oscura: el joven se había quitado la vida, asfixiado no por una cuerda, sino por la opresión asfixiante de un padre que era también su carcelero.

Desde entonces, se dice que en las noches de luna llena, cuando el viento silba entre las hojas del viejo higueral, se puede escuchar el lamento silencioso de Diego. Algunos aseguran que su espíritu inquieto vaga por los jardines, un espectro melancólico que simboliza a todas las almas oprimidas y silenciadas por la tiranía. El higueral, antes un lugar de sombra y frescor, se convirtió en un monumento sombrío a la tragedia de una familia y al costo humano de un poder absoluto.

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