El polvo y la penumbra danzaban en el aire estancado del vagón olvidado. El metal carcomido por el óxido gemía con la más mínima brisa que se colaba por las ventanas rotas, como un lamento antiguo atrapado entre sus paredes. Dicen que este tramo de vía fue testigo de tragedias, de viajes truncados y sueños desvanecidos.
Una noche, un grupo de jóvenes aventureros, atraídos por las leyendas de fantasmas y misterios que rodeaban el lugar, decidieron explorar el vagón. Linternas en mano, se adentraron en la oscuridad, sus risas nerviosas resonando en el silencio sepulcral.

Al principio, solo encontraron los restos de lo que alguna vez fue un espacio lleno de vida: asientos destrozados, grafitis descoloridos y la sensación palpable del abandono. Pero a medida que se internaban más en el vagón, una atmósfera pesada comenzó a envolverlos. El aire se volvía más frío, y un susurro apenas audible parecía seguir sus pasos.

Uno de ellos, un chico llamado Mateo, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Al girarse, su linterna iluminó una figura borrosa en el extremo del vagón. Parecía una sombra condensada, casi indistinguible de la oscuridad, pero con dos puntos brillantes que lo observaban fijamente. Un par de ojos penetrantes, llenos de una tristeza antigua y una quietud inquietante.
El miedo se apoderó del grupo. Intentaron hablar, pero sus voces se quedaron atrapadas en sus gargantas. La figura no se movía, solo los observaba con esa mirada intensa que parecía leer sus almas.
Lentamente, la forma comenzó a definirse un poco más. No era humana, pero tampoco era una bestia conocida. Tenía una presencia espectral, como si estuviera hecha del mismo polvo y sombras del vagón.

Un grito ahogado rompió el silencio cuando la figura pareció dar un paso hacia adelante. Los jóvenes, paralizados por el terror, sintieron una oleada de frío glacial que los atravesó. Sin pensarlo dos veces, se volvieron y corrieron hacia la salida, sus corazones latiendo con la fuerza de un tambor en la noche.
Al salir del vagón, jadeando y temblando, voltearon a mirar. La silueta espectral seguía allí, en la oscuridad de la ventana, con esos ojos brillantes fijos en ellos.
Nunca más volvieron a acercarse a ese vagón abandonado. La imagen de esos ojos los persiguió en sus pesadillas, recordándoles que a veces, en los lugares olvidados, habitan presencias que no pertenecen a este mundo, guardianes silenciosos de historias que prefieren permanecer en la oscuridad. Y la fotografía que tomaste, quizás, capturó un instante de ese encuentro escalofriante.

Foto tomada dentro de un vagón abandonado en Mexico.