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La final masculina del US Open se vio empañada por largas y frustrantes esperas para los miles de aficionados que acudieron al estadio Arthur Ashe en Nueva York. La presencia del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, obligó a implementar un operativo de seguridad sin precedentes que colapsó los accesos y provocó un notorio retraso en el inicio del esperado encuentro.
Lo que debía ser una jornada de fiesta deportiva se convirtió en una prueba de paciencia para los espectadores. Debido a los protocolos de seguridad adicionales, que incluyeron un doble control por parte del Servicio Secreto y otras agencias federales, se formaron extensas filas que avanzaban con lentitud. Esta situación generó malestar entre el público, que vio cómo se acercaba la hora del partido sin poder acceder a sus asientos.
Como consecuencia directa, la organización del torneo se vio forzada a retrasar el inicio de la final aproximadamente media hora, en un esfuerzo por permitir que la mayor cantidad de público posible pudiera ingresar al recinto. A pesar de la medida, el estadio presentaba una imagen inusual con numerosos asientos vacíos cuando los jugadores saltaron a la pista. La situación subraya los desafíos logísticos y el impacto que genera la asistencia de una figura política de alto perfil a eventos masivos.