Durante años, la idea de que los hijos únicos son egocéntricos y con dificultades para socializar ha permeado la cultura popular. Esta creencia, respaldada por figuras históricas de la psicología como Alfred Adler y Granville Stanley Hall, ha generado un estigma que, según expertos contemporáneos, no tiene una base sólida.
Un análisis más profundo revela que la personalidad de un individuo es el resultado de una compleja interacción de factores, y no simplemente de la ausencia de hermanos. La psicóloga Huéscar explica que “no se puede asegurar que los niños con hermanos socialicen bien ni que los únicos tengan problemas para hacerlo”. La realidad es que la capacidad de socialización de una persona depende de su entorno, la crianza y las oportunidades que se le presenten.
Mitos y realidades sobre la crianza del hijo único
A menudo, los padres de hijos únicos sienten la presión de compensar la falta de hermanos, lo que puede llevarlos a una sobreprotección o a una constante estimulación. Huéscar señala que esta dinámica puede privar al niño de la oportunidad de aprender a manejar el aburrimiento y a desarrollar su propia creatividad e independencia. La capacidad de un niño para jugar solo, buscar sus propios entretenimientos y gestionar su soledad es una habilidad crucial que se fortalece con la práctica. La experta añade que “hay menores que se gestionan jugando solos” y que “el día a día les hace aprender mucho y acaban buscando cosas que hacer por su cuenta”. Esto demuestra que la soledad, lejos de ser un problema, puede ser un catalizador para el desarrollo de la autonomía y la madurez.
La evolución de la psicología familiar
La visión de Adler y Hall, aunque influyente en su momento, ha sido revisada y actualizada por la psicología moderna. Hoy en día, se comprende que la personalidad es maleable y que la interacción con el entorno es clave. La figura del hijo único ha evolucionado de ser un caso de estudio con connotaciones negativas a ser un ejemplo de cómo la individualidad y la autonomía pueden florecer en un entorno de apoyo, con padres que fomentan la independencia en lugar de la sobreprotección. En lugar de ser un estigma, ser hijo único se ve cada vez más como una de las muchas trayectorias de desarrollo que puede tomar un individuo.