El recién estrenado documental Woodstock 99 tuvo su homólogo en Madrid durante la celebración del Festimad 2005, una noche delirante que acabó en disturbios.
Querían recuperar el espíritu Hippie pero se encontraron con una generación completamente distinta. Era el final de los 90, la Generación X estaba tan desconectada de la granja de Bethel como de la música de sus padres. Quienes llegaron hasta la base militar de Rome (New York) buscando dar rienda suelta a todas sus frustaciones durante un fin de semana. Con la mejor banda sonora posible para ello.
El documental de Music Box, WoodStock 99, recoge la experiencia de artistas, asistentes y promotores en el que se convirtió en el festival más caótico de la década de los 90. Violaciones, escenarios destruidos, heridos y una condiciones infrahumanas, un cóctel que manchó para siempre el nombre de Woodstock como sinónimo de paz y convivencia.
Madrid también vivió su particular Woodstock entre el 16 y el 18 de julio de 2005. Móstoles acogía la edición más multitudinaria de un festival que llegó a ser, junto con el FIB, el más longevo de España. Hasta 14 ediciones se llevaron a cabo en la capital, con un cartel cargado de bandas insignes del cambio de siglo: Marilyn Manson, The Prodigy, Nightwish o System of a Down entre otros.
Es imposible establecer similitudes entre ambos eventos, por Woodstock 99 llegaron a pasar medio millón de personas, mientras que Festimad acogió a 40.000 en cada una de sus tres jornadas. Unas cifras modestas en comparación con su homólogo estadounidense, aunque muy significativas teniendo en cuenta lo limitados que este tipo de eventos estaban en nuestro país.
Sin embargo, los errores que sirvieron como preludio al caos se repiten entre ambos: calor excesivo, recintos mal acondicionados, errores de cálculo y una generación influida por la testosterona y la violencia del fin del milenio.
La llegada del Partido Popular a Móstoles provocó el cierre del Parque el Soto, la localización escogida en las ediciones anteriores por los organizadores. En pocos meses tuvieron que encontrar un sustituto que ofreciese las mismas garantías de seguridad y aforo. La única alternativa fue el cerro de la Cantueña, una reserva natural entre Fuenlabrada y Parla.
El césped y la sombra en la zona de acampada prometida a los asistentes, se tornó en cemento y polvo. Los árboles que debían cubrir el recinto no alcanzaban los dos metros, insuficientes para escapar del calor de julio. Sin embargo, el festival siguió hacia adelante. Se enfrentaba a su edición más grande hasta la fecha y la expectación era máxima.
Woodstok 99 también decidió cambiar su localización con respecto al año anterior. El éxito de su edición del año 94, solo se vio empañado por el barro y las grandes colas. La solución era fácil: trasladar el festival a un lugar mucho más grande, mejor acondicionado y con mayores garantías de seguridad. Paradójicamente, el festival “de la paz y el amor” se acabó celebrando en una base aérea militar abandonada. A un verano con temperaturas récord había que sumarle la falta de sombra y agua, así como los dos kilómetros que separaban ambos escenarios principales.
Los asistentes del festival madrileño se quejaban de lo mismo. Algunos interpelaban enfurecidos a las cámaras de televisión, que se acercaban al recinto del camping, sobre la falta de comunicación de los organizadores, la ausencia de agua en los puestos de bebida o el polvo que cubría todo el recinto. Aunque habría que esperar a la última jornada para que las cosas tomasen un cariz más trágico.
Festimad 2005
— La Filmoteca Maldita (@LaFilmoMaldita) January 28, 2021
Así terminó el concierto de Prodigy@El_Lyndon @musicradarclan
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Lo poético del asunto quedaría en esa especie de leyenda urbana que rodea al festival que dice que los vehículos se prendieron justo en el momento que Firestarter de The Prodigy sonaba, la última banda en actuar en el Festimad 2005. Algo muy parecido a lo que ocurrió en Fire de Jimi Hendrix, versionada por The Red Hot Chili Peppers en Woodstock 99.
Mientras la música sonaba, grandes hogueras se levantaban entre el público, a medio camino entre la broma macabra y la mera provocación.
Al tiempo que los coches ardían en Fuenlabrada, varios de los asistentes quemaban otras carpas, obligando a la intervención de los bomberos, que se presentaron en la zona de conciertos de madrugada para extinguir las llamas de lo que dos días antes había sido un puesto de bebidas.
En Nueva York fue la policía, porra en ristre, la que tuvo que personarse con miles de efectivos para controlar a la turba que intentaban prender fuego al escenario principal y las torres de sonido.
A la mañana siguiente mientras los campistas recogían sus pertenencias, el escenario era dantesco en Fuenlabrada. La basura y las carpas arrancadas de sus bases daban una imagen más cercana a la del paso de un tifón que un festival de música. Las marcas que habían patrocinado el festival ahora parecían formar parte de un escenario de Mad Max, una oda al capitalismo tardío.