La reciente revelación del exmariscal de campo de la NFL, Tom Brady, sobre la clonación de su perra Lua, fallecida en 2023, ha reavivado el debate ético y biológico en torno a esta práctica. La nueva integrante de la familia, llamada Junie, comparte el material genético de su predecesora, una decisión por la que el deportista invirtió una considerable suma en busca de una “segunda oportunidad” con su querida mascota.
Sin embargo, la veterinaria Ana Ramírez, directora veterinaria técnica de Kivet, ha aportado una perspectiva cautelosa sobre las implicaciones de la clonación de mascotas. En sus declaraciones, la experta enfatiza que, si bien Junie posee el mismo ADN nuclear que Lua, “no es idéntico en todo”. Ramírez explica que factores cruciales como el ambiente durante la gestación, la alimentación y las experiencias de vida tienen una influencia significativa en el desarrollo físico y conductual del animal.
Brady recurrió a una tecnología de clonación “no invasiva”, utilizando una simple extracción de sangre de Lua antes de su fallecimiento para obtener el material genético. No obstante, la especialista subraya que el proceso es complejo y que las tasas de éxito suelen ser bajas, con el riesgo de producirse anomalías en el desarrollo. Además, un clon genético no garantiza la reproducción de los mismos rasgos de salud o conducta del animal original, pues la edad biológica y la epigenética son determinantes en su evolución.
El caso de Brady, quien se une a otras figuras públicas como Paris Hilton y Barbra Streisand en la tendencia de la clonación de mascotas, plantea serias interrogantes sobre la responsabilidad social y el bienestar animal. Ramírez concluye que, actualmente, la clonación es una herramienta con más implicaciones éticas y biológicas que beneficios reales para la vida de los animales. El vínculo emocional es innegable, pero la ciencia advierte que un clon es solo un parecido genético, no una réplica exacta de la mascota perdida.
