En el vertiginoso mundo de la tecnología, donde las fortunas se cuentan en miles de millones, la historia de Steve Wozniak, el socio de Steve Jobs, resalta por ser una elección consciente en contra de la riqueza desmedida. Si “Woz” hubiera conservado su participación accionaria original en Apple, hoy su patrimonio superaría los 294,000 millones de dólares, una cifra astronómica que lo situaría solo detrás de los más grandes magnates mundiales. Sin embargo, su fortuna actual, aunque considerable, es una fracción de ese potencial.
La razón no es un mal negocio, sino una filosofía de vida. Wozniak ha declarado en repetidas ocasiones que su objetivo nunca fue acumular dinero. “No quería estar cerca del dinero, porque puede corromper tus valores”, afirmó. Para él, la ingeniería y la creación de buenos productos eran la verdadera pasión. La felicidad, que define como “sonrisas menos ceños fruncidos”, ha sido su principal guía desde su juventud, mucho antes de que Apple se convirtiera en un gigante global.
Este principio se manifestó de forma clara cuando la compañía salió a la bolsa en 1980. Sintiéndose incómodo con su repentina riqueza y creyendo firmemente que los primeros empleados merecían ser partícipes del éxito, Wozniak les ofreció acciones de su propio bolsillo, una iniciativa conocida como el “Plan Woz”. Repartió millones de dólares porque consideraba que era lo justo, un acto que lo diferenció de la visión de negocios de Jobs.
Tras dejar Apple en 1985, Wozniak se dedicó a la filantropía, la enseñanza y a nuevos proyectos tecnológicos a menor escala. Ha invertido en museos y fundaciones en su ciudad natal, buscando siempre un impacto positivo en su comunidad. Su decisión de vender sus acciones y no perseguir una riqueza ilimitada es un recordatorio de que, para algunos pioneros, el verdadero éxito no se mide en cifras, sino en la satisfacción personal y la fidelidad a los propios principios.